164
En cierta ocasión, oí comentar a un desaprensivo que la experiencia de los tropiezos sirve para volver a caer, en el mismo error, cien veces. Yo os digo, en cambio, que una persona prudente aprovecha esos reveses para escarmentar, para aprender a obrar el bien, para renovarse en la decisión de ser más santo. De la experiencia de vuestros fracasos y triunfos en el servicio de Dios, sacad siempre, con el crecimiento del amor, una ilusión más firme de proseguir en el cumplimiento de vuestros deberes y derechos de ciudadanos cristianos, cueste lo que cueste: sin cobardías, sin rehuir ni el honor ni la responsabilidad, sin asustarnos ante las reacciones que se alcen a nuestro alrededor –quizá provenientes de falsos hermanos–, cuando noble y lealmente tratamos de buscar la gloria de Dios y el bien de los demás.
Luego hemos de ser prudentes. ¿Para qué? Para ser justos, para vivir la caridad, para servir eficazmente a Dios y a todas las almas. Con gran razón a la prudencia se le ha llamado genitrix virtutum15, madre de las virtudes, y también auriga virtutum16, conductora de todos los hábitos buenos.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/amigos-de-dios/164/ (06/12/2024)