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La vocación cristiana, esta llamada personal del Señor, nos lleva a identificarnos con El. Pero no hay que olvidar que El ha venido a la tierra para redimir a todo el mundo, porque quiere que los hombres se salven. No hay alma que no interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre.

Al considerar estas verdades, vuelve a mi cabeza aquella conversación entre los Apóstoles y el Maestro, momentos antes del milagro de la multiplicación de los panes. Había acompañado a Jesús una gran muchedumbre. Levanta Nuestro Señor los ojos y pregunta a Felipe: ¿dónde compraremos pan, para dar de comer a toda esa gente?. Felipe contesta, después de un cálculo rápido: doscientos denarios de pan no bastan, para que cada uno tome un bocado. No tienen tanto dinero: han de acudir a una solución casera. Dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: aquí está un muchacho que ha traído cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?.

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