14

Sabéis muy bien, hijos míos, que no tiene nuestra labor apostólica una finalidad especializada[4]: tiene todas las especializaciones, porque arraiga en la diversidad de especializaciones de la misma vida; porque enaltece y eleva al orden sobrenatural, y convierte en auténtica labor de almas, todos los servicios que unos hombres prestan a los otros, en el engranaje de la sociedad humana.

En los últimos siglos, los religiosos de vida activa, tratando de acercarse al mundo –aunque siempre desde fuera–, han intentado especializar sus apostolados e infundir el espíritu cristiano en determinadas tareas humanas: educación, beneficencia, etc. Labor benemérita, aunque con frecuencia no tenía tanto la finalidad de configurar o expresar la vocación propia de los religiosos como la de suplir la falta de iniciativa de los ciudadanos católicos. Estos, quizá porque se había descuidado su formación cristiana, no sentían la responsabilidad de cristianizar las instituciones temporales.

Pero los religiosos, en esa tarea –no específica de su vocación, sino de suplencia–, al buscar la especialización, se encontraban limitados, ya que hay muchos campos humanos que, siendo nobles y limpios, son absolutamente incompatibles con el estado propio de esas almas, cuya principal misión común es ofrecer al mundo –del que se han segregado santamente– el testimonio de su vida consagrada. Además, el laicismo de los últimos tiempos –en muchos países, aun católicos– va echando a los religiosos de las escuelas, de las instituciones benéficas, o –al menos– limitando sus actividades no estrictamente religiosas.

Con el apostolado de la Obra, los laicos, sin suplencias de ningún tipo[5], sino tomando posesión –con conciencia plena y responsable– del campo específico que Dios les ha señalado como lugar de su misión en la Iglesia, llevan a cabo un apostolado, cuyas posibilidades de especialización son imprevisibles, porque se confunden con las posibilidades del trabajo humano y de sus funciones sociales y, sin inmovilismos, ese apostolado está abierto a todos los cambios de estructuras que puedan ocurrir, con el curso del tiempo, en la configuración de la sociedad.

No puedo, ahora, dejar de considerar que es muy difícil que los religiosos se sientan con vocación profesional secular y corriente –si la hubieran tenido, no serían religiosos–, y que formarlos para un trabajo profesional es difícil, caro, superpuesto y artificial: pienso que solamente un número muy pequeño de personas podría, en esas condiciones, llegar al nivel medio profesional de la gente de la calle.

Notas
[4]

«una finalidad especializada»: en el ámbito del apostolado seglar, se discutió durante años si era mejor seguir el modelo centralizado y tradicional de la Acción Católica, que se orientaba a la colaboración de los seglares en las diversas actividades parroquiales, o el modelo “especializado”, que apuntaba a la inserción del militante católico en los problemas sociales del ambiente. Para el Opus Dei, según su Fundador, cualquier trabajo o actividad honesta es instrumento de apostolado, por lo que el Opus Dei «tiene todas las especializaciones» propias de la vida misma. (N. del E.)

[5]

«sin suplencias de ningún tipo»: el Autor quiere señalar que el apostolado de los laicos del Opus Dei en el mundo es «su misión en la Iglesia» y que se articula a través de la «vocación profesional secular», como dirá en el párrafo siguiente. Es decir, no invade, ni se considera mejor o superior al apostolado que llevan a cabo abnegadamente los religiosos en el mundo: simplemente es distinto, porque no procede de una vocación a la vida consagrada, sino del Bautismo, por el cual Dios llama a todos a ser discípulos misioneros de Cristo. (N. del E.)

Este punto en otro idioma