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Pero no os podéis detener ahí. No os podéis quedar satisfechos, cuando ya habéis llevado a algunos de vuestros parientes o amistades a un retiro espiritual, o cuando los habéis puesto en contacto con algún sacerdote de la Obra. No se acaba ahí vuestro trabajo apostólico. Porque es preciso también que os deis perfecta cuenta de que hacéis un apostolado fecundísimo, cuando os esforzáis por orientar con sentido cristiano las profesiones, las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajáis y os movéis.
Procurar que esas instituciones y esas estructuras se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida, es realizar un apostolado de base muy amplia, porque –al encarnar de ese modo el espíritu de justicia– aseguráis a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitáis a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana.
Cuando me oigáis hablar de justicia, no entendáis esta palabra en un sentido estrecho, porque –para que los hombres sean felices– no es suficiente establecer sus relaciones sobre la justicia, que da a cada uno lo suyo con frialdad: yo os hablo de caridad, que supone y desborda la justicia; y de caridad de Cristo, que no es caridad oficial, sino cariño.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/carta-29/17/ (15/11/2025)