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Hemos de conquistar para Cristo todo valor humano que sea noble: estad atentos a cuanto existe de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de virtuoso y digno de alabanza34. Cualquier realidad que aparezca en la vida de los hombres, hemos de conducirla enseguida a Dios, descubriendo su sentido divino. Por eso, como os he repetido tantas veces, es necesario que no perdáis nunca el punto de mira sobrenatural. Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él35.

Siempre adheridos a las estructuras temporales, siempre al día, no necesitaréis nunca –como se dice hoy– aggiornamento, porque tendréis en todo instante una esperanza comprensiva y responsable con el mundo de todas las épocas, exigiendo que sean afirmados los valores de la libertad, de la dignidad de la persona, siempre con voluntad de unidad y de amor en ese servicio.

Ha querido el Señor que, con nuestra vocación, manifestemos aquella visión optimista de la creación, aquel amor al mundo que late en el cristianismo. No debe faltar nunca la ilusión, ni en vuestro trabajo ni en vuestro empeño por construir la ciudad temporal. Aunque, al mismo tiempo, como discípulos de Cristo que han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias36, procuréis mantener vivo el sentido del pecado y de la reparación generosa, frente a los falsos optimismos de quienes, enemigos de la cruz de Cristo37, todo lo cifran en el progreso y en las energías humanas.

Cometen estos el gran pecado de olvidar el pecado, que algunos incluso piensan haber ya quitado de en medio. No consideran que forma parte de la economía redentora que el grano de trigo, para que sea fecundo, debe ser hundido en la tierra y morir38. El final de esos hombres será la perdición, su Dios es el vientre, y la confusión será la gloria de quienes tienen el corazón puesto en las cosas terrenas. Porque nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que transfigurará la miseria de nuestro cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas39.

Notas
34

Flp 4,8.

35

Co 3,17.

36

Ga 5,24.

37

Flp 3,18.

38

Cfr. Jn 12,24.

39

Flp 3,19-21.

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