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Defensa de la verdad, ahogando el mal en abundancia de bien

No nos gusta a los hombres, por lo general, decir y mantener la verdad, porque es más cómodo procurar ser aceptados por todos, no correr el riesgo de disgustarnos con alguno. Nuestra actitud ha de ser, hijos míos, de comprensión, de amor. Nuestra actuación no se dirige contra nadie, no puede tener nunca matices de sectarismo: nos esforzamos en ahogar el mal en abundancia de bien. Nuestro trabajo no es labor negativa: no es antinada. Es afirmación, juventud, alegría y paz. Pero no a costa de la verdad.

Porque cultivamos la libre personalidad de cada uno, los hijos de Dios en su Obra somos gente que sabe pensar por cuenta propia, que no acoge, sin más, los tópicos, los lugares comunes que hacen furor –son moda– durante un determinado tiempo. Nuestra formación nos enseña a realizar una labor de criba, que aprovecha lo que es bueno y deja lo demás. Muchas veces habrá que ir –hemos ido casi siempre– contra corriente, abriendo cauces y caminos nuevos. No por afán de originalidad, sino por lealtad a Jesucristo y a su doctrina. Lo fácil es dejarse llevar, pero las posturas fáciles son también frecuentemente actitudes que demuestran falta de responsabilidad.

Es cierto que habéis de vivir, en todo momento, entre las gentes de vuestro tiempo, de acuerdo con su mentalidad y sus costumbres, pero siempre prontos a dar razón de vuestra esperanza50 en Jesucristo, no vaya a ser que, porque no tenéis que adaptaros –ya que os encontráis en medio de vuestros iguales–, no se pueda distinguir que sois discípulos del Señor. ¡Cuánto sentimentalismo, miedo, cobardía hay en ciertos afanes de adaptación!

Notas
50

1 P 3,15.

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