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Libertad

Libertad, hijos míos. No esperéis jamás que la Obra os dé consignas temporales. No tendría mi espíritu quien pretendiese violentar la libertad que la Obra concede a sus hijos, atropellando la personalidad propia de cada uno de los hijos de Dios en el Opus Dei.

Sois vosotros –libremente– quienes habéis de estar sensibilizados por la formación que recibís, de tal manera que reaccionéis espontáneamente ante los problemas humanos, ante las circunstancias sociales inciertas que precisan ser encauzadas con criterios rectos. A vosotros, con vuestros conciudadanos, os toca correr con valentía ese riesgo de buscar soluciones humanas y cristianas –las que en conciencia veáis: no hay una sola– a las cuestiones temporales que surjan en vuestro camino.

Porque esperaríais inútilmente que la Obra os las dé hechas: eso ni ocurrió, ni ocurre ni podrá ocurrir jamás, porque es contrario a nuestra naturaleza. No es la Obra paternalista, aunque esta palabra es ambigua y, por lo tanto, me refiero a la significación peyorativa. Vuestros Directores confían en la capacidad de reacción y de iniciativa, que tenéis: no os llevan de la mano. Y, en el orden espiritual, tienen hacia vosotros sentimientos de paternidad, ¡de maternidad!, de buen paternalismo.

Por eso, es imposible que formemos, en el seno de la sociedad, lo que hoy se llama un grupo de presión, por la misma libertad de que gozamos en el Opus Dei: ya que, en cuanto los Directores manifestaran un criterio concreto en una cosa temporal, se rebelarían legítimamente los demás miembros de la Obra que piensan de distinta manera, y me vería en el triste deber de bendecir y alabar a los que tajantemente se negaran a obedecer –tendrían que poner cuanto antes el asunto en conocimiento de los Directores Regionales, o del Padre–, y de reprender con una santa indignación a los Directores que pretendieran hacer uso de una autoridad, que no pueden tener. También serían dignos de reprensión grave aquellos hijos míos que –en nombre de la libertad de ellos– pretendieran limitar la libertad legítima de sus hermanos, tratando de imponer un criterio personal, en asuntos temporales u opinables.

Los que se obstinan en no ver estas cosas claras y en inventarse secreteos, que nunca han existido ni nunca se necesitarán, lo hacen seguramente ex abundantia cordis, porque ellos obran de esa manera. Y no podrán jamás llevar, como nosotros, la frente alta y mirar a los ojos de los demás con luz clara: porque no tenemos nada que ocultar, aunque cada uno tenga sus miserias personales, contra las que lucha en su vida interior.

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