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Sucede que algunos, en estos treinta y un años, han mirado con celotipia nuestra labor; otros, con poca simpatía, porque no tienen simpatía a la Iglesia, a la que servimos en bien de todos los hombres; no han faltado incluso –pocos, por fortuna– quienes, por su mentalidad clerical, no son capaces de entender el trabajo esencialmente laical de mis hijos; ha habido también otros, que no saben o no quieren recordar que Dios Nuestro Señor concede su gracia –gracia específica– a las almas que se le dedican, y para explicar la intensidad, la extensión y la eficacia de los apostolados de la Obra, inventan causas humanas, falsas en absoluto, puesto que sus fines son sobrenaturales y los medios que empleamos también son exclusivamente espirituales, sobrenaturales: la oración, el sacrificio y el trabajo santificado y santificante.
Hay quienes no son capaces de respetar y de comprender la libertad personal de los demás, que parecen impermeabilizados para entender que los miembros del Opus Dei tienen una finalidad común, que es solamente de carácter espiritual, y que únicamente concuerdan en esa finalidad; que son ciudadanos libres en las cuestiones temporales, igual que los otros laicos –sus conciudadanos–, y que deben convivir fraternalmente con todos.
Algunas de esas personas –os decía– proceden de ambientes cerrados de sacristía, y están habituadas a ver que los religiosos acostumbran a manifestar sus opiniones, de acuerdo con la escuela de la respectiva familia religiosa o de acuerdo con el modo de pensar de sus Superiores; y han querido así, con este prejuicio de mentalidad clerical, colocar al Opus Dei o a mí personalmente como una etiqueta, de monárquico o de republicano –cuando no me han llamado masón–, por el hecho de que yo no he excluido a ningún alma de nuestra actividad de hijos de Dios.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/carta-29/37/ (15/11/2025)