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Toda labor honesta se puede orientar con espíritu cristiano y apostólico

Sería deformación dar cabida al pensamiento de que la esfera de la economía y de las finanzas no puede ser materia de labor apostólica. Esta idea, extendida entre personas que proceden de ambientes clericales, va acompañada de la paradoja de que muchos de esos mismos hombres, no pocas veces, están metidos –al socaire de la Iglesia– en negocios y en empresas, manejando dinero abundante de los demás, que se fían de ellos porque se llaman católicos. Alguno ha dicho –no tan maliciosamente– de estos tales que tienen los ojos en el cielo y las manos donde caigan. La reserva y la prevención, hacia las empresas económicas, no es cristiana, porque es una tarea más que se debe santificar.

Sin embargo, ha tenido –y sigue teniendo– un gran influjo ese recelo entre los católicos y, en no pocas ocasiones, los ha retraído de hacer el bien con su trabajo en ese campo de la economía, o han trabajado, pero con conciencia culpable, si no es que dejaron esas tareas humanas al arbitrio de personas hostiles a la Iglesia, que han sabido y saben utilizarlo para hacer abundante daño a las almas.

Hasta tal punto es esto así, que resulta divertido leer alguna consideración piadosa de la tradición eclesiástica –que se justifica sin duda por la mentalidad y el ambiente de la época–, donde se afirma que Pedro, después de la resurrección del Señor, pudo volver a su oficio de pescador –porque es oficio honesto pescar– pero que a Mateo no le fue lícito volver a su profesión, porque hay negocios que es imposible ejercitar sin grave riesgo de pecado o, simple y llanamente, sin cometer pecado. Y el oficio de Mateo era de éstos72.

Hay que acabar con esos errores, creados por gentes que profesaban el contemptus saeculi: vuestra mentalidad laical no entiende que haya ningún mal en el hecho de ejercer los negocios o las finanzas, porque sabéis sobrenaturalizar esas tareas, como todas las demás, y orientarlas con espíritu cristiano y apostólico.

Notas
72

Cfr. S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, XXIV, en Corpus Christianorum (Series Latina) CXLI, p. 197.

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