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El matrimonio es camino divino en la tierra
Hijas e hijos míos Supernumerarios, pienso ahora en vuestros hogares, en esas familias vuestras, que han brotado de ese sacramentum magnum73 del matrimonio. En un tiempo, en el que persevera aún la tarea destructora de la familia, que hizo el siglo pasado, nosotros hemos venido a llevar el afán de santidad a esa célula cristiana de la sociedad.
Vuestro primer apostolado está en el hogar: la formación que os da el Opus Dei os lleva a valorar la belleza de la familia, la obra sobrenatural que significa la fundación de un hogar, la fuente de santificación que se esconde en los deberes conyugales. Aunque, conscientes de la grandeza de vuestra vocación matrimonial –así: ¡vocación!–, sentís una especial veneración y un profundo cariño hacia la castidad perfecta que sabéis que es superior al matrimonio74 y, por eso, os alegráis de verdad, cuando alguno de vuestros hijos, por la gracia del Señor, abraza ese otro camino, que no es un sacrificio: es una elección hecha por la bondad de Dios, un motivo de santo orgullo, un servir a todos gustosamente por amor de Jesucristo.
Normalmente, en los centros de enseñanza, aunque sean llevados por religiosos, no se forma a la juventud de manera que aprecien la dignidad y la limpieza del matrimonio. No lo ignoráis. Es frecuente que, en los ejercicios espirituales –que se suelen dar a los alumnos, cuando ya cursan los últimos estudios secundarios–, se les ofrezcan más elementos para considerar su posible vocación religiosa que su orientación al matrimonio; y no faltan quienes desestiman a sus ojos la vida conyugal, que puede aparecer a los jóvenes como algo que la Iglesia simplemente tolera.
En el Opus Dei hemos procedido siempre de otro modo y, dejando muy claro que la castidad perfecta es superior al estado matrimonial, hemos señalado el matrimonio como camino divino en la tierra. No nos ha ido mal, al seguir este criterio: porque la verdad es siempre liberadora, y hay mucha generosidad en los corazones jóvenes, para volar por encima de la carne, cuando se les pone en libertad de elegir el Amor.
A nosotros no nos asusta el amor humano, el amor santo de nuestros padres, del que se valió el Señor para darnos la vida. Este amor lo bendigo yo con las dos manos. No admito que ninguno de mis hijos deje de tener un gran amor al santo Sacramento del matrimonio. Por eso, cantamos sin miedo las canciones del amor limpio de los hombres, que son también coplas de amor humano a lo divino[15]; y quienes hemos renunciado a ese amor de la tierra, por el Amor, no somos solterones: tenemos el corazón jugoso.
Cfr. Ef 5,32.
Cfr. Mt 19,11 ss; 1 Co 7,25-40; «es superior al matrimonio»: así lo definió el Concilio de Trento, cfr. nota a 10d. (N. del E.)
«coplas de amor humano a lo divino»: referencia implícita a la obra poética de san Juan de la Cruz (1542-1591), que escribió “a lo divino”, es decir, con significado espiritual, algunas de sus inmortales poesías, en todo semejantes a las coplas de amor humano de otros autores renacentistas. (N. del E.)
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/carta-29/53/ (17/11/2025)