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Dad a todos los hombres el ejemplo de vuestra austeridad cristiana y de vuestro sacrificio. El Señor nos ha dicho: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo79. Él nos ha hecho sentir, hijos míos, la fecundidad de vernos pisoteados, deshechos en el lagar, como la uva, para ser ¡vino de Cristo!
En todo momento, sed serenos –ni violentos, ni agresivos, ni exaltados–, con esa serenidad, que es un modo de comportarse que exige el ejercicio de las virtudes cardinales. La conciencia viva de nuestra filiación divina os dará esa serenidad, porque este rasgo típico de nuestro espíritu nació con la Obra, y en 1931 tomó forma[19]: en momentos humanamente difíciles, en los que tenía sin embargo la seguridad de lo imposible –de lo que hoy contempláis hecho realidad–, sentí la acción del Señor que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! Pater! Estaba yo en la calle, en un tranvía: la calle no impide nuestro diálogo contemplativo; el bullicio del mundo es, para nosotros, lugar de oración. Probablemente hice aquella oración en voz alta, y la gente debió tomarme por loco: Abba! Pater! Qué confianza, qué descanso y qué optimismo os dará, en medio de las dificultades, sentiros hijos de un Padre, que todo lo sabe y que todo lo puede.
Hijos míos, os exhorto a que sigáis adelante y a que os esforcéis por llevar una vida serena, laboriosa en vuestros negocios, trabajando con vuestras manos como os lo hemos recomendado, a fin de que viváis honradamente a los ojos de los extraños y no padezcáis necesidad. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones80.
Os bendice con toda el alma vuestro Padre.
Roma, 9 de enero de 1959
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