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A los primeros hermanos vuestros les hacía notar que éramos pocos. Y con una firme seguridad, les decía: ¡mejor! ¿Que enfrente hay muchedumbres? Pero nosotros estamos unidos por el amor. Y ellos, aunque aparentemente están unidos, de hecho viven disgregados, porque los unió el odio: el odio que ha existido siempre, el odio que brota de la vida egoísta, de la lucha eterna de las criaturas rebeldes contra su Creador. Y les añadía: ¿queremos ser más? ¡Pues seamos mejores!

Hijos de mi alma, el efecto de la levadura no se produce bruscamente, ni violenta ni parcialmente, sino con lentitud, sin prisa, por la virtud intrínseca que actúa sobre toda la masa. Y podéis comprobar –hoy que somos, por la gracia de Dios, multitud– la acción de un fermento: de aquellos pocos de la primera hora que tuvieron fe en Dios y en este pobre pecador, que han sido –como lo sois actualmente vosotros, en un ambiente casi universal– una levadura eficaz, por la fuerza de la vida sobrenatural, del trabajo y del gustoso espíritu de sacrificio.

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