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Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” —cuando lo estás perdiendo continuamente—; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”…

La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada.

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