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Hijas e hijos míos, este Padre vuestro quiere de nuevo abriros su corazón: tenemos que seguir rezando, con confianza, que es la primera condición de la oración buena, seguros de que el Señor nos escucha. Mirad que Dios mismo nos dice ahora, en el comienzo de esta Cuaresma: «Invocabit me, et ego exaudiam eum: eripiam eum, et glorificabo eum»1. Me invocaréis y yo os escucharé; os libraré y os glorificaré.

Pero hemos de rezar con afán de reparación. Hay mucho que expiar, fuera y dentro de la Iglesia de Dios. Buscad unas palabras, haceos una jaculatoria personal, y repetidla muchas veces al día, pidiendo perdón al Señor: primero por nuestra flojedad personal y, después, por tantas acciones delictuosas que se cometen contra su Santo Nombre, contra sus Sacramentos, contra su doctrina. «Escucha, Dios nuestro, la oración de tu siervo, oye sus plegarias, y por amor de ti, Señor, haz brillar tu faz sobre tu santuario devastado. Oye, Dios, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras ruinas, mira la ciudad sobre la que se invoca tu nombre, pues no te

suplicamos por nuestras justicias, sino por tus grandes misericordias»2.

Notas
1

Dom. I in Quadrag., ant. ad Intr. (Sal 91[90],15).

2

Dn 9,17-18.

Referencias a la Sagrada Escritura
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