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Me decías: "me veo, no sólo incapaz de ir adelante en el camino, sino incapaz de salvarme —¡pobre alma mía!—, sin un milagro de la gracia. Estoy frío y —peor— como indiferente: igual que si fuera un espectador de «mi caso», a quien nada importara lo que contempla. ¿Serán estériles estos días?
Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es —¿me atrevo?— ¡mi Jesús! Y hay almas santas, ahora mismo, pidiendo por mí".
—Sigue andando de la mano de tu Madre, te repliqué, y "atrévete" a decirle a Jesús que es tuyo. Por su bondad, El pondrá luces claras en tu alma.
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Documento imprimido desde https://escriva.org/es/forja/251/ (05/12/2023)