Pesimismo

Con la gracia de Dios, tú has de acometer y realizar lo imposible…, porque lo posible lo hace cualquiera.

Rechaza tu pesimismo y no consientas pesimistas a tu lado. —Es preciso servir a Dios con alegría y con abandono.

Aparta de ti esa prudencia humana que te hace tan precavido, ¡perdóname!, tan cobarde.

—¡No seamos personas de vía estrecha, hombres o mujeres menores de edad, cortos de vista, sin horizonte sobrenatural…! ¿Acaso trabajamos para nosotros? ¡No!

Pues, entonces, digamos sin miedo: Jesús de mi alma, trabajamos para Ti, y… ¿nos vas a negar los medios materiales? Bien conoces lo ruines que somos; sin embargo, yo no me conduciría así con un criado que me sirviera…

Por eso, esperamos, estamos seguros de que nos darás lo necesario para servirte.

Acto de fe: ¡contra El no se puede! ¡Ni contra los suyos!

—No lo olvides.

No te desalientes, ¡adelante!, adelante con una tozudez que es santa y que se llama, en lo espiritual, perseverancia.

Dios mío: siempre acudes a las necesidades verdaderas.

No vas peor. —Es que ahora tienes más luces para conocerte: ¡evita hasta el más pequeño asomo de desánimo!

En el camino de la santificación personal, se puede a veces tener la impresión de que, en lugar de avanzar, se retrocede; de que, en vez de mejorar, se empeora.

Mientras haya lucha interior, ese pensamiento pesimista es sólo una falsa ilusión, un engaño, que conviene rechazar.

—Persevera tranquilo: si peleas con tenacidad, progresas en tu camino y te santificas.

Sequedad interior no es tibieza. En el tibio, el agua de la gracia no empapa, resbala… En cambio, hay secanos en apariencia áridos que, con pocas gotas de lluvia, se colman a su tiempo de flores y de sabrosos frutos.

Por eso, ¿cuándo nos convenceremos?: ¡qué importancia tiene la docilidad a las llamadas divinas de cada instante, porque Dios nos espera precisamente ahí!

Ten picardía santa: no aguardes a que el Señor te envíe contrariedades; adelántate tú, con la expiación voluntaria. —Entonces no las acogerás con resignación —que es palabra vieja—, sino con Amor: palabra eternamente joven.

Hoy, por vez primera, has tenido la sensación de que todo se hace más sencillo, de que se te "descomplica" todo: ves eliminados, por fin, problemas que te preocupaban. Y comprendes que estarán más y mejor resueltos, cuanto más te abandones en los brazos de tu Padre Dios.

¿A qué esperas para conducirte siempre —¡éste ha de ser el motivo de tu vivir!— como un hijo de Dios?

Dirígete a la Virgen —Madre, Hija, Esposa de Dios, Madre nuestra—, y pídele que te obtenga de la Trinidad Beatísima más gracias: la gracia de la fe, de la esperanza, del amor, de la contrición, para que, cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas…, ni las de tus hermanos.

¡Llénate de fe, de seguridad! —Nos lo dice el Señor por boca de Jeremías: «orabitis me, et ego exaudiam vos» —siempre que acudáis a Mí, ¡siempre que hagáis oración!, Yo os escucharé.

Todo lo refiero a Ti, Dios mío. Sin Ti —que eres mi Padre—, ¿qué sería de mí?

Déjame que te dé un consejo de alma experimentada: tu oración —tu vida ha de ser orar siempre— debe tener la confianza de "la oración de un niño".

Presentan a Jesús un enfermo, y El le mira. —Contempla bien la escena y medita sus palabras: «confide, fili» —ten confianza, hijo.

Eso te dice el Señor, cuando sientes el peso de los errores: ¡fe! La fe es lo primero; después, dejarse llevar como el paralítico: ¡obediencia interior y sumisa!

Hijo, por tus propias fuerzas, no puedes nada en el terreno sobrenatural; pero, siendo instrumento de Dios, ¡lo podrás todo!: «omnia possum in eo qui me confortat!» —¡todo lo puedo en Aquél que me conforta!, pues El quiere, por su bondad, utilizar instrumentos ineptos, como tú y como yo.

Siempre que hagas oración, esfuérzate por tener la fe de los enfermos del Evangelio. Debes estar seguro de que Jesús te escucha.

¡Madre mía! Las madres de la tierra miran con mayor predilección al hijo más débil, al más enfermo, al más corto, al pobre lisiado…

—¡Señora!, yo sé que tú eres más Madre que todas las madres juntas… —Y, como yo soy tu hijo… Y, como yo soy débil, y enfermo… y lisiado… y feo…

Nos falta fe. El día en que vivamos esta virtud —confiando en Dios y en su Madre—, seremos valientes y leales. Dios, que es el Dios de siempre, obrará milagros por nuestras manos.

—¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!

Una firme resolución: abandonarme en Jesucristo, con todas mis miserias. Y lo que El quiera, en cada instante, «fiat!» —¡sea!

Nunca te desalientes, porque el Señor está siempre dispuesto a darte la gracia necesaria para esa nueva conversión que necesitas, para esa ascensión en el terreno sobrenatural.

¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.

Luego, proseguiste con serenidad: «Domine, quid me vis facere?» —Señor, ¿qué quieres que haga?

—Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: «serviam!» —¡te serviré sin condiciones!

Narra el Evangelista que los Magos, «videntes stellam» —al ver de nuevo la estrella—, se llenaron de una gran alegría.

—Se alegran, hijo, con ese gozo inmenso, porque han hecho lo que debían; y se alegran porque tienen la seguridad de que llegarán hasta el Rey, que nunca abandona a quienes le buscan.

Cuando ames de verdad la Voluntad de Dios, no dejarás de ver, aun en los momentos de mayor trepidación, que nuestro Padre del Cielo está siempre cerca, muy cerca, a tu lado, con su Amor eterno, con su cariño infinito.

Si el panorama de tu vida interior, de tu alma, está oscuro, déjate conducir de la mano, como hace el ciego.

—El Señor, con el tiempo, premia esta humillación de rendir la cabeza, dando claridad.

Tener miedo a algo o a alguien, pero especialmente a quien dirige nuestra alma, es impropio de un hijo de Dios.

¿No te conmueve oír una palabra de cariño para tu madre?

—Pues al Señor le ocurre igual. No podemos separar a Jesús de su Madre.

En momentos de agotamiento, de hastío, acude confiadamente al Señor, diciéndole, como aquel amigo nuestro: "Jesús: Tú verás lo que haces…: antes de comenzar la lucha, ya estoy cansado".

—El te dará su fuerza.

Si no hay dificultades, las tareas no tienen gracia humana…, ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?

Parece mentira que un hombre como tú —que te sabes nada, dices— se atreva a poner obstáculos a la gracia de Dios.

Eso es lo que haces con tu falsa humildad, con tu "objetividad", con tu pesimismo.

Dame gracia para dejar todo lo que se refiere a mi persona. Yo no debo tener más preocupaciones que tu Gloria…, en una palabra, tu Amor. —¡Todo por Amor!

"Oyendo esto —que ha venido a la tierra el Rey—, Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén".

¡Es la vida cotidiana! Esto mismo sucede ahora: ante la grandeza de Dios, que se manifiesta de mil modos, no faltan personas —incluso constituidas en autoridad— que se turban. Porque… no aman del todo a Dios; porque no son personas que desean encontrarle de veras; porque no quieren seguir sus inspiraciones, y se hacen obstáculo en el camino divino.

—Estáte prevenido, sigue trabajando, no te preocupes, busca al Señor, reza…, y El triunfará.

No estás solo. —Ni tú ni yo podemos encontrarnos solos. Y menos, si vamos a Jesús por María, pues es una Madre que nunca nos abandonará.

Cuando te parezca que el Señor te abandona, no te entristezcas: ¡búscale con más empeño! El, el Amor, no te deja solo.

—Persuádete de que "te deja solo" por Amor, para que veas con claridad en tu vida lo que es suyo y lo que es tuyo.

Me decías: "me veo, no sólo incapaz de ir adelante en el camino, sino incapaz de salvarme —¡pobre alma mía!—, sin un milagro de la gracia. Estoy frío y —peor— como indiferente: igual que si fuera un espectador de «mi caso», a quien nada importara lo que contempla. ¿Serán estériles estos días?

Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es —¿me atrevo?— ¡mi Jesús! Y hay almas santas, ahora mismo, pidiendo por mí".

—Sigue andando de la mano de tu Madre, te repliqué, y "atrévete" a decirle a Jesús que es tuyo. Por su bondad, El pondrá luces claras en tu alma.

Dame, Jesús, Cruz sin cirineos. Digo mal: tu gracia, tu ayuda me hará falta, como para todo; sé Tú mi Cirineo. Contigo, mi Dios, no hay prueba que me espante…

—Pero, ¿y si la Cruz fuera el tedio, la tristeza? —Yo te digo, Señor, que, Contigo, estaría alegremente triste.

No perdiéndote a Ti, para mí no habrá pena que sea pena.

A nadie niega Jesús su palabra, y es una palabra que sana, que consuela, que ilumina.

—Para que tú y yo lo recordemos siempre, también cuando nos encontremos fatigados por el peso del trabajo o de la contradicción.

No esperes por tu labor el aplauso de las gentes.

—¡Más!: no esperes siquiera, a veces, que te comprendan otras personas e instituciones, que también trabajan por Cristo.

—Busca sólo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros no te entiendan.

Si hay montes, obstáculos, incomprensiones, trapisondas, que satanás quiere y el Señor permite, has de tener fe, fe con obras, fe con sacrificio, fe con humildad.

Ante la aparente esterilidad del apostolado, te asaltan las vanguardias de una oleada de desaliento, que tu fe rechaza con firmeza… —Pero te das cuenta de que necesitas más fe, humilde, viva y operativa.

Tú, que deseas la salud de las almas, grita como el padre de aquel muchacho enfermo, poseído por el diablo: «Domine, adiuva incredulitatem meam!» —¡Señor, ayuda mi incredulidad!

No lo dudes: se repetirá el milagro.

Qué bonita oración, para que la repitas con frecuencia, la de aquel amigo que pedía por un sacerdote encarcelado por odio a la religión: "Dios mío, consuélale, porque sufre persecución por Ti. ¡Cuántos sufren, porque te sirven!"

—¡Qué alegría da la Comunión de los Santos!

Esas medidas, que toman algunos gobiernos para asegurarse de la muerte de la fe en sus países, me recuerdan los sellos del Sanedrín en el Sepulcro de Jesús.

—El, que no estaba sujeto a nada ni a nadie, a pesar de esas trabas, ¡resucitó!

La solución es amar. San Juan Apóstol escribe unas palabras que a mí me hieren mucho: «qui autem timet, non est perfectus in caritate». Yo lo traduzco así, casi al pie de la letra: el que tiene miedo, no sabe querer.

—Luego tú, que tienes amor y sabes querer, ¡no puedes tener miedo a nada! —¡Adelante!

Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima.

—Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor.

Has de orar siempre, siempre.

—Has de sentir la necesidad de acudir a Dios, después de cada éxito y de cada fracaso, en la vida interior.

Que tu oración sea siempre un sincero y real acto de adoración a Dios.

Al traerte a la Iglesia, el Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios. —No lo olvides.

Dale muchas gracias a Jesús, porque por El, con El y en El, tú te puedes llamar hijo de Dios.

Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres siempre? —Piénsalo.

Cuando daba la Sagrada Comunión, aquel sacerdote sentía ganas de gritar: ¡ahí te entrego la Felicidad!

Agiganta tu fe en la Sagrada Eucaristía. —¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y, si queremos, hablamos íntimamente con El, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor.

¡Qué hermosa es nuestra vocación de cristianos —¡de hijos de Dios!—, que nos trae en la tierra la alegría y la paz que el mundo no puede dar!

Dame, Señor, el amor con que quieres que te ame.

Aquella mañana —para superar la sombra de pesimismo que te asaltaba— también insististe, como haces a diario…, pero te "metiste" más con tu Angel. Le echaste piropos y le dijiste que te enseñara a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él… Y te quedaste tranquilo.

A tu Madre María, a San José, a tu Angel Custodio… ruégales que hablen al Señor, diciéndole lo que, por tu torpeza, tú no sabes expresar.

Llénate de seguridad: nosotros tenemos por Madre a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María, Reina del Cielo y del Mundo.

Jesús nació en una gruta de Belén, dice la Escritura, "porque no hubo lugar para ellos en el mesón".

—No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón.

El Señor está en la Cruz, diciendo: Yo padezco para que mis hermanos los hombres sean felices, no sólo en el Cielo, sino también —en lo posible— en la tierra, si acatan la Santísima Voluntad de mi Padre celestial.

Es verdad que tú no pones nada de tu parte, que en tu alma todo lo hace Dios.

—Pero que, desde el punto de vista de tu correspondencia, no sea así.

Ejercítate en la virtud de la esperanza, perseverando —por Dios, y aunque te cueste— en tu trabajo bien acabado, con el convencimiento de que tu esfuerzo no es inútil ante el Señor.

Cuando en tu lucha diaria, compuesta ordinariamente de muchos pocos, hay deseos y realidades de agradar a Dios de continuo, te lo aseguro: ¡nada se pierde!

Piensa, porque es así: ¡qué bueno es el Señor, que me ha buscado, que me ha hecho conocer este camino santo para ser eficaz, para amar a las criaturas todas y darles la paz y la alegría!

—Este pensamiento ha de concretarse luego en propósitos.

Sabes que no te faltará la gracia de Dios, porque te ha escogido desde la eternidad. Y, si te ha tratado así, te concederá todos los auxilios, para que le seas fiel, como hijo suyo.

—Camina, pues, con seguridad y con correspondencia actual.

Pido a la Madre de Dios que nos sepa, que nos quiera sonreír…, y nos sonreirá.

Y, además, en la tierra premiará nuestra generosidad con el mil por uno: ¡el mil por uno, le pido!

Practica una caridad alegre, dulce y recia, humana y sobrenatural; caridad afectuosa, que sepa acoger a todos con una sincera sonrisa habitual; que sepa comprender las ideas y los sentimientos de los demás.

—Así, suavemente y fuertemente, sin ceder en la conducta personal ni en la doctrina, la caridad de Cristo —bien vivida— te dará el espíritu de conquista: tendrás cada día más hambre de trabajo por las almas.

Hijo, te decía seguro: para pegar nuestra "locura" a otros apóstoles, no se me ocultan los "obstáculos" que encontraremos. Algunos podrán parecer insuperables…, mas «inter medium montium pertransibunt aquæ» —las aguas pasarán a través de las montañas: el espíritu sobrenatural y el ímpetu de nuestro celo horadarán los montes, y superaremos esos obstáculos.

"¡Dios mío, Dios mío! Todos igualmente queridos, por Ti, en Ti y Contigo: y, ahora, todos dispersos", te quejabas, al verte de nuevo solo y sin medios humanos.

—Pero inmediatamente el Señor puso en tu alma la seguridad de que El lo resolvería. Y le dijiste: ¡Tú lo arreglarás!

—Efectivamente, el Señor dispuso todo antes, más y mejor de lo que tú esperabas.

Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo coronen a la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.

—¡Aprovéchate de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del Cielo. —Yo, a la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias purificadas, porque no tengo piedras preciosas ni virtudes.

—¡Anímate!

Referencias a la Sagrada Escritura
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