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Te crecías ante las dificultades del apostolado, orando así: "Señor, Tú eres el de siempre. Dame la fe de aquellos varones que supieron corresponder a tu gracia y que obraron —en tu Nombre— grandes milagros, verdaderos prodigios…" —Y concluías: "sé que los harás; pero, también me consta que quieres que se te pidan, que quieres que te busquemos, que llamemos fuertemente a las puertas de tu Corazón".
—Al final, renovaste tu decisión de perseverar en la oración humilde y confiada.
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Documento imprimido desde https://escriva.org/es/forja/653/ (03/12/2023)