Lista de puntos
La legítima libertad de los hombres, si son verdaderamente honestos, con la ayuda divina, les lleva al deseo de servir a Dios y a sus criaturas. Servite Domino in veritate1, servid al Señor en verdad, aconsejaba Tobías a sus hijos. Y este es el consejo que también os doy, porque hemos recibido la llamada de Dios, para hacer un peculiar servicio a su Iglesia y a todas las almas. La única ambición, el único deseo del Opus Dei y de cada uno de sus hijos es servir a la Iglesia, como Ella quiere ser servida, dentro de la específica vocación que el Señor nos ha dado.
Nos sumus servi Dei caeli et terrae2, somos siervos del Dios de los cielos y de la tierra. Y toda nuestra vida es eso, hijas e hijos míos: un servicio de metas exclusivamente sobrenaturales, porque el Opus Dei no es ni será nunca –ni puede serlo– instrumento temporal; pero es al mismo tiempo un servicio humano, porque no hacéis más que tratar de lograr la perfección cristiana en el mundo limpiamente, con vuestra libérrima y responsable actuación en todos los campos de la actividad ciudadana. Un servicio abnegado, que no envilece, sino que educa, que agranda el corazón –lo hace romano, en el sentido más alto de esta palabra– y lleva a buscar el honor y el bien de las gentes de cada país: para que haya cada día menos pobres, menos ignorantes, menos almas sin fe, menos desesperados, menos guerras, menos inseguridad, más caridad y más paz.
Servir es imitar a Cristo
Queremos servir, nos sentimos honrados de hacerlo y estamos convencidos de que no podríamos imitar a Cristo, como es nuestro único deseo, si prescindiéramos de ese afán. El Señor, hijos míos, vino para eso a la tierra –filius hominis non venit ministrari, sed ministrare3; el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir– y todo el que quiera seguirle no ha de pretender otra línea de conducta.
Os diré, con San Pablo, que habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo; el cual, teniendo la naturaleza de Dios, no fue por usurpación el ser igual a Dios; y no obstante, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y reducido a la condición de hombre4.
Ese camino es el que sigue el Papa, el dulce Cristo en la tierra, el Vice-Dios –como me gusta llamarlo–, que dice de sí mismo que es servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios. Y si el Sumo Pontífice es siervo, hijas e hijos míos, no es tolerable que haya católicos que no quieran serlo. Uno solo es el Señor, único es el Dueño de la Iglesia: Jesucristo, Nuestro Dios, que –además de habernos creado– la ha comprado con el precio de su Sangre, quam acquisivit sanguine suo5. Por eso es encantador –y justo– el modo que tienen en algunas tierras de América, para referirse a Jesús: el Amo, le llaman.
Fuera del Señor, nadie hay en la tierra que sea propietario de las almas: todos venimos a servirlas, y a eso nos ha llamado cuando nos enriqueció con el don maravilloso de la fe, y cuando nos quiso en su Obra: sic nos existimet homo ut ministros Christi et dispensatores mysteriorum Dei6, así nos han de considerar los hombres: como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios.
No penséis, sin embargo, que sea fácil hacer de la vida un servicio. Es necesario traducir en realidades ese buen deseo, porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en la virtud7, y la práctica de una ayuda constante a los demás no es posible sin sacrificio. Instantia mea quotidiana sollicitudo omnium ecclesiarum8, carga sobre mí la preocupación de todas las iglesias –escribía San Pablo–, y este suspiro del Apóstol recuerda a todos los cristianos la responsabilidad que todos los fieles hemos de sentir, para poner a los pies de la Esposa de Jesucristo –de la Iglesia santa– lo que somos y lo que poseemos, amándola fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida.
Por eso, al empezar estas consideraciones, me viene a la memoria el duro peso que grava sobre el Papa y sobre los obispos, y me siento urgido a recordaros la veneración, el afecto, la ayuda que debéis darles con vuestra oración y con vuestra vida entregada. Los miembros del Cuerpo Místico son ciertamente variadísimos, pero todos pueden resumir su misión en el servicio a Dios, a la totalidad del Cuerpo Místico, a las almas.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/book-subject/cartas-2/1165/ (11/10/2024)