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Nuestro camino no es de mártires −si el martirio viene, lo recibiremos como un tesoro−, sino de confesores de la fe: confesar nuestra fe, manifestar nuestra fe en nuestra vida diaria. Porque los socios** de la Obra viven la vida corriente, la misma vida que sus compañeros de ambiente y de profesión. Pero en el trabajo ordinario hemos de manifestar siempre la caridad ordenada, el deseo y la realidad de hacer perfecta por amor nuestra tarea; la convivencia con todos, para llevarlos opportune et importune, con la ayuda del Señor y con garbo humano, a la vida cristiana, y aun a la perfección cristiana en el mundo; el desprendimiento de las cosas de la tierra, la pobreza personal amada y vivida.

Hemos de tener presente la importancia santificadora del trabajo y sentir la necesidad de comprender a todos para servir a todos, sabiéndonos hijos del Padre Nuestro que está en los cielos, y uniendo −de un modo que acaba por ser connatural− la vida contemplativa con la activa: porque así lo exige el espíritu de la Obra y así lo facilita la gracia de Dios, a quienes generosamente le sirven en esta divina llamada.

Notas
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«socios»: hoy se prefiere denominarles “miembros” o “fieles”. | «opportune et importune»: «con oportunidad y sin ella», cfr. 2 Tm 4,2. (N. del E.)

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