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En esa vida corriente, mientras vamos por la tierra adelante con nuestros compañeros de profesión o de oficio −como dice el refrán castellano cada oveja con su pareja, que así es nuestra vida−, Dios Nuestro Padre nos da la ocasión de ejercitarnos en todas las virtudes, de practicar la caridad, la fortaleza, la justicia, la sinceridad, la templanza, la pobreza, la humildad, la obediencia… Os lo diré con San Juan Crisóstomo que, dirigiéndose a quienes soñaban con practicar las virtudes en ocasiones difíciles, en la plaza pública, les recordaba cómo todo eso podemos ejercitarlo en nuestra misma casa: con los amigos, con la mujer, con los hijos. Empecemos por algo sencillo: por ejemplo, por no jurar. Practiquemos esa ciencia espiritual en nuestra propia casa. En verdad que no faltarán quienes vengan a estorbarnos: el criado os irrita, la mujer os saca de quicio con sus momentos de mal humor, el chiquillo os tienta a prorrumpir en amenazas y reniegos con sus travesuras y rebeldías. Pues bien, si en casa, aguijoneados constantemente por todo eso, lográis no dejaros arrastrar a jurar, fácilmente saldréis indemnes también en la plaza pública14.
Puedo contaros también otra anécdota sencilla y clara. Hace algunos años −antes de que Dios quisiera su Obra−, conocía a una persona ya mayor que solía dejar la ropa desordenada, tirada por aquí y por allá. Cuando alguien se lo hacía notar, comentaba: la ropa es para mí, y no yo para la ropa. Después, cuando Dios me llamó a su Obra, al recordar aquel suceso, comprendí que la ropa, que las cosas de que me sirvo, no son para mí; o mejor, que son para mí, por Dios: que me permiten vivir la pobreza, usándolas con cuidado, haciéndolas rendir.
S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum Homilia 11, 8 (PG 57, col. 201).
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-1/14/ (03/12/2024)