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Fidelidad a la pureza, por Amor
Amad la santa pureza, hijos míos: nuestra castidad es una afirmación gozosa, una consecuencia lógica de nuestra entrega al servicio de Dios, de nuestro Amor. Podríamos haber puesto el afecto de nuestro corazón en una criatura; pero, ante la llamada de Dios, lo hemos puesto entero, joven, vibrante, limpio, a los pies de Jesucristo: porque nos da la gana −que es una razón bien sobrenatural− corresponder a la gracia del Señor.
Permitidme un inciso: hemos de tener gran respeto y veneración por el estado matrimonial, que es noble y santo −sacramentum hoc magnum est91, el matrimonio es un gran sacramento− y nosotros lo vemos como otro camino vocacional, como una participación maravillosa en el poder creador de Dios. Pero es doctrina cierta de fe que, de suyo, es más alta la vocación a un noble y limpio celibato apostólico.
Nosotros iremos adelante, con la gracia de Dios, no como ángeles −que eso sería un desorden, porque los ángeles tienen otra naturaleza−, sino como hombres limpios, fuertes, ¡normales!: lo que hacen tantos en la tierra por un hogar, lo que hicieron nuestros padres con una vida de cristiana fidelidad, hagámoslo nosotros por el Amor de los Amores. Amad mucho, por tanto, la santa pureza, invocad a Nuestra Madre del Amor Hermoso, Santa María, y perseveraremos −alegres y sobrenaturalmente fecundos− en este Camino divino de nuestra Obra.
Si alguna vez sentís que está en peligro esa gracia que Dios nos ha hecho, no os debéis extrañar, porque −ya os lo he dicho− somos de barro: habemus autem thesaurum istum in vasis fictilibus92: una vasija de barro para llevar un tesoro divino. No te hablo para ahora: te hablo por si acaso, alguna vez, sientes que tu corazón vacila. Para entonces te pido, desde este momento, una fidelidad que se manifieste en el aprovechamiento del tiempo y en dominar la soberbia, en tu decisión de obedecer abnegadamente, en tu empeño por sujetar la imaginación: en tantos detalles pequeños, pero eficaces, que salvaguardan y a la vez manifiestan la calidad de tu entregamiento.
Si en algún momento se hace más difícil la lucha interior, será la buena ocasión de mostrar que nuestro Amor es de verdad. Para quien ha comenzado a saborear de alguna manera la entrega, caer vencido sería como un timo, un engaño miserable. No te olvides de aquel grito de San Pablo: quis me liberabit de corpore mortis huius?93, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Y escucha, en tu alma, la respuesta divina: sufficit tibi gratia mea!94, ¡te basta mi gracia!
El amor de nuestra juventud, que con la gracia de Dios le hemos dado generosamente, no se lo vamos a quitar al pasar los años. La fidelidad es la perfección del amor: en el fondo de todos los sinsabores que puede haber en la vida de un alma entregada a Dios, hay siempre un punto de corrupción y de impureza. Si la fidelidad es entera y sin quiebra, será alegre e indiscutida.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-1/68/ (11/10/2024)