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La santa pureza: ¡humildad de la carne! Señor —le pedías—, siete cerrojos para mi corazón. Y te aconsejé que le pidieses siete cerrojos para tu corazón y, también, ochenta años de gravedad para tu juventud…
Además, vigila…, porque antes se apaga una centella que un incendio; huye…, porque aquí es una vil cobardía ser “valiente”; no andes con los ojos desparramados…, porque eso no indica ánimo despierto, sino insidia de satanás.
Pero toda esta diligencia humana, con la mortificación, el cilicio, la disciplina y el ayuno, ¡qué poco valen sin Ti, Dios mío!
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