Resurgir

Sientes la necesidad de convertirte: El te pide más… ¡y tú cada día le das menos!

Realmente, a cada uno de nosotros, como a Lázaro, fue un veni foras —sal fuera, lo que nos puso en movimiento.

—¡Qué pena dan quienes aún están muertos, y no conocen el poder de la misericordia de Dios!

—Renueva tu alegría santa porque, frente al hombre que se desintegra sin Cristo, se alza el hombre que ha resucitado con El.

Los afectos de la tierra, incluso cuando no son concupiscencia sucia y seca, envuelven de ordinario algún egoísmo.

Por eso, sin despreciar esos afectos —que pueden ser muy santos—, rectifica siempre la intención.

No busques que te compadezcan: muchas veces es señal de orgullo o de vanidad.

Cuando hables de las virtudes teologales, de la fe, de la esperanza, del amor, piensa que, antes que para teorizar, son virtudes para vivir.

¿Hay algo en tu vida que no responde a tu condición de cristiano y que te lleve a no querer purificarte?

—Examínate y cambia.

Mira tu conducta con detenimiento. Verás que estás lleno de errores, que te hacen daño a ti y quizá también a los que te rodean.

—Recuerda, hijo, que no son menos importantes los microbios que las fieras. Y tú cultivas esos errores, esas equivocaciones —como se cultivan los microbios en el laboratorio—, con tu falta de humildad, con tu falta de oración, con tu falta de cumplimiento del deber, con tu falta de propio conocimiento… Y, después, esos focos infectan el ambiente.

—Necesitas un buen examen de conciencia diario, que te lleve a propósitos concretos de mejora, porque sientas verdadero dolor de tus faltas, de tus omisiones y pecados.

Dios Omnipotente, Todopoderoso, Sapientísimo, tenía que escoger a su Madre.

¿Tú, qué habrías hecho, si hubieras tenido que escogerla? Pienso que tú y yo habríamos escogido la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Dios. Por tanto, después de la Santísima Trinidad, está María.

—Los teólogos establecen un razonamiento lógico de ese cúmulo de gracias, de ese no poder estar sujeta a satanás: convenía, Dios lo podía hacer, luego lo hizo. Es la gran prueba. La prueba más clara de que Dios rodeó a su Madre de todos los privilegios, desde el primer instante. Y así es: ¡hermosa, y pura, y limpia en alma y cuerpo!

¿Esperas la victoria, el fin de la pelea…, y no llega?

—Da gracias al Señor, como si ya hubieras alcanzado esa meta, y ofrécele tus impaciencias: vir fidelis loquetur victoriam —la persona fiel cantará la alegría de la victoria.

Hay momentos en que —privado de aquella unión con el Señor, que te daba continua oración, aun durmiendo— parece que forcejeas con la Voluntad de Dios.

—Es flaqueza, bien lo sabes: ama la Cruz; la falta de tantas cosas que todo el mundo juzga necesarias; los obstáculos para emprender o… seguir el camino; tu pequeñez misma y tu miseria espiritual.

—Ofrece —con querer eficaz— lo tuyo y lo de los tuyos: humanamente visto, no es poco; con luces sobrenaturales, es nada.

En ocasiones, alguno me ha dicho: Padre, si yo me encuentro cansado y frío; si, cuando rezo o cumplo otra norma de piedad, me parece que estoy haciendo una comedia…

A ese amigo, y a ti —si te encuentras en la misma situación—, os contesto: ¿una comedia? —¡Gran cosa, hijo mío! ¡Haz la comedia! ¡El Señor es tu espectador!: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo; la Trinidad Beatísima nos estará contemplando, en aquellos momentos en los que "hacemos la comedia".

—Actuar así delante de Dios, por amor, por agradarle, cuando se vive a contrapelo, ¡qué bonito! ¡Ser juglar de Dios! ¡Qué estupenda es esa recitación llevada a cabo por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por dar gusto a nuestro Señor!

—Esto sí que es vivir de Amor.

Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un "hilillo sutil", que le impide volar a Dios.

"Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación…": ¡es impresionante la experiencia de cómo puede abandonarse un quehacer divino, por un engaño pasajero!

El apóstol tibio, ése es el gran enemigo de las almas.

Prueba evidente de tibieza es la falta de "tozudez" sobrenatural, de fortaleza para perseverar en el trabajo, para no parar hasta poner la "última piedra".

Hay corazones duros, pero nobles, que —al acercarse al calor del Corazón de Jesucristo— se derriten como el bronce en lágrimas de amor, de desagravio. ¡Se encienden!

En cambio, los tibios tienen el corazón de barro, de carne miserable… y se resquebrajan. Son polvo. Dan pena.

Di conmigo: ¡Jesús nuestro, lejos de nosotros la tibieza! ¡Tibios, no!

Toda la bondad, toda la hermosura, toda la majestad, toda la belleza, toda la gracia adornan a nuestra Madre. —¿No te enamora tener una Madre así?

Somos enamorados del Amor. Por eso, el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una cosa sin vida: ¡nos quiere impregnados de su cariño!

Mira si entiendes esta aparente contradicción. —Al cumplir los treinta años, escribió aquel hombre en su diario: "ya no soy joven". —Y, superados los cuarenta, volvió a anotar: "permaneceré joven hasta que llegue a octogenario: si muero antes, creeré que me he malogrado".

—Andaba siempre, a pesar de los años, con la juventud madura del Amor.

Cómo entiendo la pregunta que se formulaba aquella alma enamorada de Dios: ¿ha habido algún mohín de disgusto, ha habido algo en mí que te pueda a Ti, Señor, Amor mío, doler?

—Pide a tu Padre Dios que nos conceda esa exigencia constante de amor.

¿Has visto con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con toda naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!…

—Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro; como te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales.

¡Cómo me gusta contemplar a Juan, que reclina su cabeza sobre el pecho de Cristo! —Es como rendir amorosamente la inteligencia, aunque cueste, para encenderla en el fuego del Corazón de Jesús.

Dios me ama… Y el Apóstol Juan escribe: "amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero". —Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"…

—Es la hora de responder: "¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!", añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!

"Obras son amores y no buenas razones". ¡Obras, obras! —Propósito: seguiré diciéndote muchas veces que te amo —¡cuántas te lo he repetido hoy!—; pero, con tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día —con elocuencia muda— las que clamen delante de Ti, mostrándote mi Amor.

No sabemos los hombres tener con Jesús las suaves delicadezas que unos pobres toscos, pero cristianos, tienen diariamente con una infeliz criaturilla —su mujer, su hijo, su amigo—, pobre también como ellos.

—Esta realidad nos debería servir de revulsivo.

Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites.

No puedes comportarte como un niño revoltoso o como un loco.

—Has de ser persona recia, hijo de Dios; sereno en tu trabajo profesional y en tu vida de relación, con una presencia del Señor que te haga estar con perfección, hasta en los más pequeños detalles.

Si se hace justicia a secas, es posible que la gente se quede herida.

—Por lo tanto, muévete siempre por amor a Dios, que a esa justicia añadirá el bálsamo del amor al prójimo; y que purifica y limpia el amor terreno.

Cuando está Dios por medio, todo se sobrenaturaliza.

Ama apasionadamente al Señor. ¡Amale con locura!, porque si hay amor —¡entonces!— me atrevo a afirmar que ni siquiera se precisan los propósitos. Mis padres —piensa en los tuyos— no necesitaban hacer propósito de quererme, ¡y qué derroche de detalles cotidianos de cariño tenían conmigo!

Con ese corazón humano, podemos y debemos amar a Dios.

El amor es sacrificio; y el sacrificio, por Amor, goce.

Contéstate: ¿cuántas veces al día te pide tu voluntad que pongas el corazón en Dios, para entregarle tus afectos y tus obras?

Buena medida para comprobar la intensidad y la calidad de tu amor.

Convéncete, hijo, de que Dios tiene derecho a decirnos: ¿piensas en Mí?, ¿tienes presencia mía?, ¿me buscas como apoyo tuyo?, ¿me buscas como Luz de tu vida, como coraza…, como todo?

—Por tanto, reafírmate en este propósito: en las horas que la gente de la tierra califica de buenas, clamaré: ¡Señor! En las horas que llama malas, repetiré: ¡Señor!

No me pierdas jamás el sentido de lo sobrenatural. Aunque veas con toda su crudeza tus propias miserias, tus malas inclinaciones —el barro de que estás hecho—, Dios cuenta contigo.

Vive, como los demás que te rodean, con naturalidad, pero sobrenaturalizando cada instante de la jornada.

Se requiere un corazón limpio, celo por las cosas de Dios y amor a las almas, sin prejuicios, para poder juzgar con rectitud de intención.

—¡Piénsalo!

Oí hablar a unos conocidos de sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena de la vida interior…

—Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural.

¿Minucias y nimiedades a las que nada debo, de las que nada espero, ocupan mi atención más que mi Dios? ¿Con quién estoy, cuando no estoy con Dios?

Dile: Señor, nada quiero mas que lo que Tú quieras. Aun lo que en estos días vengo pidiéndote, si me aparta un milímetro de la Voluntad tuya, no me lo des.

El secreto de la eficacia radica en que seas piadoso, sinceramente piadoso: así toda tu jornada transcurrirá con El.

Propósito: "frecuentar", a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil con el Espíritu Santo. —Veni, Sancte Spiritus…! —¡Ven, Espíritu Santo, a morar en mi alma!

Repite de todo corazón y siempre con más amor, más aún cuando estés cerca del Sagrario o tengas al Señor dentro de tu pecho: non est qui se abscondat a calore eius —que no te rehúya, que el fuego de tu Espíritu me llene.

Ure igne Sancti Spiritus! —¡quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo…, y que no deje de volar hasta descansar en El!

—Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes.

Al celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, suplicaste al Señor, con todas las veras de tu alma, que te concediera su gracia para "exaltar" la Cruz Santa en tus potencias y en tus sentidos… ¡Una vida nueva! Un resello: para dar firmeza a la autenticidad de tu embajada…, ¡todo tu ser en la Cruz!

—Veremos, veremos.

La mortificación ha de ser continua, como el latir del corazón: así tendremos señorío sobre nosotros mismos, y viviremos con los demás la caridad de Jesucristo.

Amar la Cruz es saberse fastidiar gustosamente por amor de Cristo, aunque cueste y porque cuesta…: no te falta la experiencia de que resulta compatible.

La alegría cristiana no es fisiológica: su fundamento es sobrenatural, y está por encima de la enfermedad y de la contradicción.

—Alegría no es alborozo de cascabeles o de baile popular.

La verdadera alegría es algo más íntimo: algo que nos hace estar serenos, rebosantes de gozo, aunque a veces el rostro permanezca severo.

Te escribía: aunque comprendo que es un modo normal de decir, siento desagrado cuando oigo llamar cruces a las contradicciones nacidas de la soberbia de la persona. Estas cargas no son la Cruz, la verdadera Cruz, porque no son la Cruz de Cristo.

Lucha, pues, contra esas adversidades inventadas, que nada tienen que ver con el resello de Cristo: ¡despréndete de todos los disfraces del propio yo!

Aun en las jornadas en las que parece que se pierde el tiempo, a través de la prosa de los mil pequeños detalles, diarios, hay poesía más que bastante para sentirse en la Cruz: en una Cruz sin espectáculo.

No pongas el corazón en nada caduco: imita a Cristo, que se hizo pobre por nosotros, y no tenía dónde reclinar su cabeza.

—Pídele que te conceda, en medio del mundo, un efectivo desasimiento, sin atenuantes.

Un signo claro de desprendimiento es no considerar —de verdad— cosa alguna como propia.

El que vive sinceramente la fe, sabe que los bienes temporales son medios, y los usa con generosidad, de modo heroico.

Cristo resucitado, glorioso, se ha despojado de todo lo terreno, para que sus hermanos los hombres pensemos de qué hemos de despojarnos.

Hay que amar a la Santísima Virgen: ¡nunca la amaremos bastante!

—¡Quiérela mucho! —Que no te baste colocar imágenes suyas, y saludarlas, y decir jaculatorias, sino que sepas ofrecer —en tu vida llena de reciedumbre— algún pequeño sacrificio cada día, para manifestarle tu amor, y el que queremos que le profese la humanidad entera.

Esta es la verdad del cristiano: entrega y amor —amor a Dios y, por El, al prójimo—, fundamentados en el sacrificio.

Jesús, en tus brazos confiadamente me pongo, escondida mi cabeza en tu pecho amoroso, pegado mi corazón a tu Corazón: quiero, en todo, lo que Tú quieras.

Hoy, cuando el ambiente está lleno de desobediencia, de murmuración, de trapisonda, de enredo, hemos de amar más que nunca la obediencia, la sinceridad, la lealtad, la sencillez: y todo, con sentido sobrenatural, que nos hará más humanos.

Me dices que sí, que estás firmemente decidido a seguir a Cristo.

—¡Pues has de ir al paso de Dios; no al tuyo!

¿Que cuál es el fundamento de nuestra fidelidad?

—Te diría, a grandes rasgos, que se basa en el amor de Dios, que hace vencer todos los obstáculos: el egoísmo, la soberbia, el cansancio, la impaciencia…

—Un hombre que ama se pisotea a sí mismo; le consta que, aun amando con toda su alma, todavía no sabe amar bastante.

Me decían —y lo copio, porque es muy hermoso— que hablaba así una monjica aragonesa, agradecida a la bondad paternal de Dios: "¡Qué agudo es!: está en todo".

Tú —como todos los hijos de Dios— necesitas también de la oración personal: de esa intimidad, de ese trato directo con Nuestro Señor —diálogo de dos, cara a cara—, sin esconderte en el anonimato.

La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.

—Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!…, pero insiste siempre con más confianza.

Persevera en la oración, como aconseja el Maestro. Este punto de partida será el origen de tu paz, de tu alegría, de tu serenidad y, por tanto, de tu eficacia sobrenatural y humana.

En un lugar donde se hablaba y se oía música, surgió la oración en tu alma, con un consuelo inexplicable. Terminaste diciendo: Jesús, no quiero el consuelo, te quiero a Ti.

Tu vida ha de ser oración constante, diálogo continuo con el Señor: ante lo agradable y lo desagradable, ante lo fácil y lo difícil, ante lo ordinario y lo extraordinario…

En todas las ocasiones, ha de venir a tu cabeza, enseguida, la charla con tu Padre Dios, buscándole en el centro de tu alma.

¡Recogerse en oración, en meditación, es tan fácil…! Jesús no nos hace esperar, no impone antesalas: es El quien aguarda.

Basta con que digas: ¡Señor, quiero hacer oración, quiero tratarte!, y ya estás en la presencia de Dios, hablando con El.

Por si fuera poco, no te cercena el tiempo: lo deja a tu gusto. Y esto, no durante diez minutos o un cuarto de hora. ¡No!, ¡horas, el día entero! Y El es quien es: el Omnipotente, el Sapientísimo.

En la vida interior, como en el amor humano, es preciso ser perseverante.

Sí, has de meditar muchas veces los mismos argumentos, insistiendo hasta descubrir un nuevo Mediterráneo.

—¿Y cómo no habré visto antes esto así de claro?, te preguntarás sorprendido. —Sencillamente, porque a veces somos como las piedras, que dejan resbalar el agua, sin absorber ni una gota.

—Por eso, es necesario volver a discurrir sobre lo mismo, ¡que no es lo mismo!, para empaparnos de las bendiciones de Dios.

En el Santo Sacrificio del altar, el sacerdote toma el Cuerpo de nuestro Dios y el Cáliz con su Sangre, y los levanta sobre todas las cosas de la tierra, diciendo: Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso —¡por mi Amor!, ¡con mi Amor!, ¡en mi Amor!

Unete a ese gesto. Más: incorpora esa realidad a tu vida.

Cuenta el Evangelista que Jesús, después de haber obrado el milagro, cuando quieren coronarle rey, se esconde.

—Señor, que nos haces participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre junto a Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos.

Trata a las tres Personas, a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y para llegar a la Trinidad Beatísima, pasa por María.

No tiene fe "viva" el que no tiene entrega actual a Jesucristo.

Todo cristiano debe buscar y tratar a Cristo, para poder amarle siempre más. —Pasa como con el noviazgo: el trato es necesario, porque, si dos personas no se tratan, no pueden llegar a quererse. Y nuestra vida es de Amor.

Deténte a considerar la ira santa del Maestro, cuando ve que, en el Templo de Jerusalén, maltratan las cosas de su Padre.

—¡Qué lección, para que nunca te quedes indiferente, ni seas cobarde, cuando no tratan respetuosamente lo que es de Dios!

Enamórate de la Santísima Humanidad de Jesucristo.

—¿No te da alegría que haya querido ser como nosotros? ¡Agradece a Jesús este colmo de bondad!

Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! —Ecce veniet! —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia.

Navidad. —Cantan: venite, venite… —Vayamos, que El ya ha nacido.

Y, después de contemplar cómo María y José cuidan del Niño, me atrevo a sugerirte: mírale de nuevo, mírale sin descanso.

Aunque nos pese —y pido a Dios que nos aumente este dolor—, tú y yo no somos ajenos a la muerte de Cristo, porque los pecados de los hombres fueron los martillazos, que le cosieron con clavos al madero.

San José: no se puede amar a Jesús y a María sin amar al Santo Patriarca.

Mira cuántos motivos para venerar a San José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe…; sacó adelante a su familia —a Jesús y a María—, con su trabajo esforzado…; guardó la pureza de la Virgen, que era su Esposa…; y respetó —¡amó!— la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María.

San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos.

Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos —ocultos y luminosos—, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria.

Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre.

—Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios.

La Virgen. ¿Quién puede ser mejor Maestra de amor a Dios que esta Reina, que esta Señora, que esta Madre, que tiene la relación más íntima con la Trinidad: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, y que es a la vez Madre nuestra?

—Acude personalmente a su intercesión.

Llegarás a ser santo si tienes caridad, si sabes hacer las cosas que agraden a los demás y que no sean ofensa a Dios, aunque a ti te cuesten.

San Pablo nos da una receta de caridad fina: alter alterius onera portate et sic adimplebitis legem Christi —llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo.

—¿Se cumple en tu vida?

Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos.

Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.

—Procura tú comportarte como el Señor.

El amor a las almas, por Dios, nos hace querer a todos, comprender, disculpar, perdonar…

Debemos tener un amor que cubra la multitud de las deficiencias de las miserias humanas. Debemos tener una caridad maravillosa, veritatem facientes in caritate, defendiendo la verdad, sin herir.

Cuando te hablo del "buen ejemplo", quiero indicarte también que has de comprender y disculpar, que has de llenar el mundo de paz y de amor.

Pregúntate con frecuencia: ¿me esmero para afinar en la caridad, con quienes conviven conmigo?

Al predicar que hay que hacerse alfombra en donde los demás pisen blando, no pretendo decir una frase bonita: ¡ha de ser una realidad!

—Es difícil, como es difícil la santidad; pero es fácil, porque —insisto— la santidad es asequible a todos.

En medio de tanto egoísmo, de tanta indiferencia —¡cada uno a lo suyo!—, recuerdo aquellos borriquitos de madera, fuertes, robustos, trotando sobre una mesa… —Uno perdió una pata. Pero seguía adelante, porque se apoyaba en los otros.

Los católicos —al defender y mantener la verdad, sin transigencias— hemos de esforzarnos en crear un clima de caridad, de convivencia, que ahogue todos los odios y rencores.

En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor.

La práctica de la corrección fraterna —que tiene entraña evangélica— es una prueba de sobrenatural cariño y de confianza.

Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes convives.

Al corregir, porque resulta necesario y se quiere cumplir con el deber, hay que contar con el dolor ajeno y con el dolor propio.

Pero que esa realidad no te sirva nunca de excusa, para inhibirte.

Ponte muy cerca de tu Madre la Virgen. —Tú debes estar siempre unido a Dios: busca la unión con El, junto a su Madre bendita.

Oyeme bien: estar en el mundo y ser del mundo no quiere decir ser mundanos.

Tú has de comportarte como una brasa encendida, que pega fuego donde quiera que esté; o, por lo menos, procura elevar la temperatura espiritual de los que te rodean, llevándoles a vivir una intensa vida cristiana.

Dios quiere que sus obras, confiadas a los hombres, salgan adelante a base de oración y de mortificación.

El fundamento de toda nuestra actividad como ciudadanos —como ciudadanos católicos— está en una intensa vida interior: en ser, eficaz y realmente, hombres y mujeres que hacen de su jornada un diálogo ininterrumpido con Dios.

Cuando estés con una persona, has de ver un alma: un alma a la que hay que ayudar, a la que hay que comprender, con la que hay que convivir y a la que hay que salvar.

Te empeñas en andar solo, haciendo tu propia voluntad, guiado exclusivamente por tu propio juicio… y, ¡ya lo ves!, el fruto se llama "infecundidad".

Hijo, si no rindes tu juicio, si eres soberbio, si te dedicas a "tu" apostolado, trabajarás toda la noche —¡toda tu vida será una noche!—, y al final amanecerás con las redes vacías.

Pensar en la Muerte de Cristo se traduce en una invitación a situarnos ante nuestro quehacer cotidiano, con absoluta sinceridad, y a tomarnos en serio la fe que profesamos.

Ha de ser una ocasión de ahondar en la hondura del Amor de Dios, para poder así —con la palabra y con las obras— mostrarlo a los hombres.

Procura que en tu boca de cristiano —que eso eres y has de ser a toda hora— esté la "imperiosa" palabra sobrenatural que mueva, que incite, que sea la expresión de tu disposición vital comprometida.

Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros.

Se ahorran quizá disgustos en esta vida…, pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados.

El santo, para la vida de tantos, es "incómodo". Pero eso no significa que haya de ser insoportable.

—Su celo nunca debe ser amargo; su corrección nunca debe ser hiriente; su ejemplo nunca debe ser una bofetada moral, arrogante, en la cara del prójimo.

Aquel joven sacerdote solía dirigirse a Jesús, con las palabras de los Apóstoles: edissere nobis parabolam —explícanos la parábola. Y añadía: Maestro, mete en nuestras almas la claridad de tu doctrina, para que nunca falte en nuestras vidas y en nuestras obras…, y para que la podamos dar a los demás.

—Díselo tú también al Señor.

Ten siempre el valor, que es humildad y servicio de Dios, de presentar las verdades de la fe tal como son, sin cesiones ni ambigüedades.

No cabe otra disposición en un católico: defender "siempre" la autoridad del Papa; y estar "siempre" dócilmente decidido a rectificar la opinión, ante el Magisterio de la Iglesia.

Hace mucho tiempo una persona, indiscretamente, me preguntó si los que seguimos la carrera sacerdotal tenemos retiro, jubilación, al llegar a viejos… Como no le contestara, insistió el importuno.

—Entonces se me ocurrió la respuesta que, a mi juicio, no tiene vuelta de hoja: el sacerdocio —le dije— no es una carrera, ¡es un apostolado!

—Así lo siento. Y quise ponerlo en estas notas, para que —con la ayuda del Señor— jamás se nos olvide la diferencia.

Tener espíritu católico implica que ha de pesar sobre nuestros hombros la preocupación por toda la Iglesia, no sólo de esta parcela concreta o de aquella otra; y exige que nuestra oración se extienda de norte a sur, de este a oeste, con generosa petición.

Entenderás así la exclamación —la jaculatoria— de aquel amigo, ante el desamor de tantos hacia nuestra Santa Madre: ¡me duele la Iglesia!

"Carga sobre mí la solicitud por todas las iglesias", escribía San Pablo; y este suspiro del Apóstol recuerda a todos los cristianos —¡también a ti!— la responsabilidad de poner a los pies de la Esposa de Jesucristo, de la Iglesia Santa, lo que somos y lo que podemos, amándola fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida.

No te asustes —y, en la medida que puedas, reacciona— ante esa conjuración del silencio, con que quieren amordazar a la Iglesia. Unos no dejan que se oiga su voz; otros no permiten que se contemple el ejemplo de los que la predican con las obras; otros borran toda huella de buena doctrina…, y tantas mayorías no la soportan.

No te asustes, repito, pero no te canses de hacer de altavoz a las enseñanzas del Magisterio.

Hazte cada día más "romano", ama esa condición bendita, que adorna a los hijos de la única y verdadera Iglesia, puesto que así lo ha querido Jesucristo.

La devoción a la Virgen, en las almas cristianas, despierta el impulso sobrenatural para obrar como domestici Dei —como miembros de la familia de Dios.

Referencias a la Sagrada Escritura
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