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Euntes ergo docete omnes gentes1; id y enseñad a todas las gentes. Veinte siglos lleva la Iglesia Santa de Jesucristo, fiel al mandato de su Fundador, cumpliendo su misión de enseñar a todos los hombres el camino de la Salvación, de la Verdad y de la Vida. Y ha experimentado siempre –a veces en periodos históricos de particular turbulencia– el cumplimiento de aquella promesa del Señor: et ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi2; y yo estaré con vosotros continuamente, hasta la consumación del mundo.
Desde aquellos humildes comienzos, cuando los Apóstoles recibieron de Dios la misión de anunciar el Evangelio por toda la tierra, sumida en la obscuridad del error, se ha recorrido un largo sendero y, a pesar de la resistencia que los hombres ponemos a la luz, podemos repetir con alegría aquellas palabras de la Escritura: ¿no está ahí, clamando, la
sabiduría y dando gritos la inteligencia? Se para en los altos cabezos, junto a los caminos, en los cruces de las veredas; da voces en las puertas, en las entradas de la ciudad, en los umbrales de las casas3.
Pero aún es mucho lo que falta para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo4.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-2/1/ (03/12/2024)