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Por el mismo motivo –es decir, porque la actividad de esos religiosos es de carácter eclesiástico, y la nuestra es secular, profesional–, de ordinario no convendrá que trabajemos con los religiosos, y menos en centros dirigidos por ellos.

De esa forma, además, se evita con delicadeza que puedan darse inútiles incomprensiones –aunque sean pequeñas– sobre la conveniencia de seguir o no un determinado método pedagógico, sobre la labor apostólica que los profesores puedan hacer con sus propios alumnos, etc. Y principalmente se evita que gente desorientada nos tome por religiosos.

Serán, por tanto, los centros de enseñanza oficiales y los privados con prestigio –que no estén dirigidos por religiosos– los lugares donde tendremos que ejercitar esa profesión docente: prestando un servicio leal, con amplitud de miras, con espíritu de libertad y fomentando siempre la colaboración con otros centros.

Y tomaremos ocasión de ese trabajo profesional para hacer, con los maestros y con los profesores, con los alumnos y con las familias de los alumnos, ese eficacísimo apostolado personal de amistad y de confidencia, que nos exige nuestra vocación peculiar.

Notas

Sobre la distinción con la actividad de los religiosos, ver glosario (N. del E.).

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