Devociones

Huyamos de la «rutina» como del mismo demonio. —El gran medio para no caer en ese abismo, sepulcro de la verdadera piedad, es la continua presencia de Dios.

Ten pocas devociones particulares, pero constantes.

No olvides tus oraciones de niño, aprendidas quizá de labios de tu madre. —Recítalas cada día con sencillez, como entonces.

No dejes la Visita al Santísimo. —Luego de la oración vocal que acostumbres, di a Jesús, realmente presente en el Sagrario, las preocupaciones de la jornada. —Y tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano.

¡Verdaderamente es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! —Te «metiste» en la Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor, y me preguntaste: «Si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las cinco, abiertas en el madero?»

El Vía Crucis. —¡Esta sí que es devoción recia y jugosa! Ojalá te habitúes a repasar esos catorce puntos de la Pasión y Muerte del Señor, los viernes. —Yo te aseguro que sacarás fortaleza para toda la semana.

Devoción de Navidad. —No me sonrío cuando te veo componer las montañas de corcho del Nacimiento y colocar las ingenuas figuras de barro alrededor del Portal. —Nunca me has parecido más hombre que ahora, que pareces un niño.

El Santo Rosario es arma poderosa. Empléala con confianza y te maravillarás del resultado.

San José, Padre de Cristo, es también tu Padre y tu Señor. —Acude a él.

Nuestro Padre y Señor San José es Maestro de la vida interior. —Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia de su poder.

De San José dice Santa Teresa, en el libro de su vida: «Quien no hallare Maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino». —El consejo viene de alma experimentada. Síguelo.

Ten confianza con tu Ángel Custodio. —Trátalo como un entrañable amigo —lo es— y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día.

Gánate al Ángel Custodio de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. —Es siempre un gran «cómplice».

Si tuvieras presentes a tu Ángel y a los Custodios de tus prójimos evitarías muchas tonterías que se deslizan en la conversación.

Te pasmas porque tu Ángel Custodio te ha hecho servicios patentes. —Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti.

¿Que hay en ese ambiente muchas ocasiones de torcerse? —Bueno. Pero, ¿acaso no hay también Custodios?

Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones.

Gustosamente harían su oficio los Santos Ángeles Custodios con aquella alma que les decía: «Ángeles Santos, yo os invoco, como la Esposa del Cantar de los Cantares, ‘ut nuntietis ei quia amore langueo’ —para que le digáis que muero de amor».

Sé que te doy una alegría copiándote esta oración a los Santos Ángeles Custodios de nuestros Sagrarios:

Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor.

Bebe en la fuente clara de los «Hechos de los Apóstoles»: en el cap. XII, Pedro, por ministerio de Ángeles libre de la cárcel, se encamina a casa de la madre de Marcos. —No quieren creer a la criadita, que afirma que está Pedro a la puerta. «Angelus ejus est!» —¡será su Ángel!, decían.

—Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.

—¿Y tú?

Las ánimas benditas del purgatorio. —Por caridad, por justicia, y por un egoísmo disculpable —¡pueden tanto delante de Dios!— tenlas muy en cuenta en tus sacrificios y en tu oración.

Ojalá, cuando las nombres, puedas decir: «Mis buenas amigas las almas del purgatorio...»

Me dices que por qué te recomiendo siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: «De ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita».

Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón.

¿Quién te ha dicho que hacer novenas no es varonil? —Varoniles serán esas devociones, cuando las ejercite un varón..., con espíritu de oración y de penitencia.

Referencias a la Sagrada Escritura
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