Tribulaciones
El vendaval de la persecución es bueno. —¿Qué se pierde?... No se pierde lo que está perdido. —Cuando no se arranca el árbol de cuajo —y el árbol de la Iglesia no hay viento ni huracán que pueda arrancarlo— solamente se caen las ramas secas... y esas, bien caídas están.
Conforme: aquella persona ha sido mala contigo. —Pero, ¿no has sido tú peor con Dios?
Jesús: por dondequiera que has pasado no quedó un corazón indiferente. —O se te ama o se te odia.
Cuando un varón-apóstol te sigue, cumpliendo su deber, ¿podrá extrañarme —¡si es otro Cristo!— que levante parecidos murmullos de aversión o de afecto?
Otra vez...: Que han dicho, que han escrito...: En favor, en contra...: Con buena, y con menos buena voluntad...: Reticencias y calumnias, panegíricos y exaltaciones...: sandeces y aciertos...
—¡Tonto, tontísimo!: ¿Qué te importa, cuando vas derecho a tu fin, cabeza y corazón borrachos de Dios, el clamor del viento o el cantar de la chicharra, o el mugido o el gruñido o el relincho?...
Además... es inevitable: no pretendas poner puertas al campo.
Se han desatado las lenguas y has sufrido desaires que te han herido más porque no los esperabas.
Tu reacción sobrenatural debe ser perdonar —y aun pedir perdón— y aprovechar la experiencia para despegarte de las criaturas.
Cuando venga el sufrimiento, el desprecio..., la Cruz, has de considerar: ¿qué es esto para lo que yo merezco?
¿Estás sufriendo una gran tribulación? —¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril:
«Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén.»
Yo te aseguro que alcanzarás la paz.
Sufres en esta vida de aquí..., que es un sueño... corto. —Alégrate: porque te quiere mucho tu Padre-Dios, y, si no pones obstáculos, tras este sueño malo, te dará un buen despertar.
Te duele que no te agradezcan aquel favor. —Respóndeme a estas dos preguntas: ¿tan agradecido eres tú con Cristo Jesús?... ¿has sido capaz de hacer ese favor, buscando el agradecimiento en la tierra?
No sé por qué te asustas. —Siempre fueron poco razonables los enemigos de Cristo.
Resucitado Lázaro, debieron rendirse y confesar la divinidad de Jesús. —Pues, no: ¡matemos al que da la vida!, dijeron.
Y hoy, como ayer.
En las horas de lucha y contradicción, cuando quizá «los buenos» llenen de obstáculos tu camino, alza tu corazón de apóstol: oye a Jesús que habla del grano de mostaza y de la levadura. —Y dile: «edissere nobis parabolam»—explícame la parábola.
Y sentirás el gozo de contemplar la victoria futura: aves del cielo, en el cobijo de tu apostolado, ahora incipiente; y toda la masa fermentada.
Si recibes la tribulación con ánimo encogido pierdes la alegría y la paz, y te expones a no sacar provecho espiritual de aquel trance.
Los acontecimientos públicos te han metido en un encierro voluntario, peor quizá, por sus circunstancias, que el encierro de una prisión. —Has sufrido un eclipse de tu personalidad.
No encuentras campo: egoísmos, curiosidades, incomprensiones y susurración. —Bueno; ¿y qué? ¿Olvidas tu voluntad libérrima y tu poder de «niño»? —La falta de hojas y de flores (de acción externa) no excluye la multiplicación y la actividad de las raíces (vida interior).
Trabaja: ya cambiará el rumbo de las cosas, y darás más frutos que antes, y más sabrosos.
¿Te riñen? —No te enfades, como te aconseja tu soberbia. —Piensa: ¡qué caridad tienen conmigo! ¡Lo que se habrán callado!
Cruz, trabajos, tribulaciones: los tendrás mientras vivas. —Por ese camino fue Cristo, y no es el discípulo más que el Maestro.
Conforme: hay mucha lucha de fuera y esto te exime, en parte. —Pero también hay complicidad dentro —mira despacio— y ahí no veo eximente.
¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? —Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, «ut fructum plus afferas» —para que des más fruto.
¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!
Estás intranquilo. —Mira: pase lo que pase en tu vida interior o en el mundo que te rodea nunca olvides que la importancia de los sucesos o de las personas es muy relativa. —Calma: deja que corra el tiempo; y, después, viendo de lejos y sin pasión los acontecimientos y las gentes adquirirás la perspectiva, pondrás cada cosa en su lugar y con su verdadero tamaño.
Si obras de este modo serás más justo y te ahorrarás muchas preocupaciones.
Una mala noche, en una mala posada. —Así dicen que definió esta vida terrena la Madre Teresa de Jesús. —¿No es verdad que es comparación certera?
Una visita al monasterio famoso. —Aquella señora extranjera sintió apiadársele las entrañas al considerar la pobreza del edificio: «¿Deben llevar ustedes una vida muy dura, no?» Y el monje, satisfecho, se limitó a contestar: «Tú lo quisiste, fraile mostén; tú lo quisiste, tú te lo ten».
Esto, que gozosamente oí decir a ese santo varón, tengo que decírtelo a ti con pena, cuando me cuentas que no eres feliz.
¿Inquietarte? —Jamás: que eso es perder la paz.
Decaimiento físico. —Estás... derrumbado. —Descansa. Para esa actividad exterior. —Consulta al médico. Obedece, y despreocúpate.
Pronto volverás a tu vida y mejorarás, si eres fiel, tus apostolados.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/camino/tribulaciones/ (02/10/2024)