Santa pureza
La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad.
¡Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad.
La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza.
Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia.
¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada.
Os prometo un libro —si Dios me ayuda— que podrá llevar este título: «Celibato, Matrimonio y Pureza».
Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia.
—Y esa cruzada es obra vuestra.
Muchos viven como ángeles en medio del mundo. —Tú... ¿por qué no?
Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal.
Me escribías, médico apóstol: «Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad».
Yo quisiera —me has dicho— que Juan, el adolescente, tuviera una confidencia conmigo y me diera consejos: y me animase para conseguir la pureza de mi corazón.
Si verdaderamente quieres, díselo: y sentirás ánimos y tendrás consejo.
La gula es la vanguardia de la impureza.
No quieras dialogar con la concupiscencia: despréciala.
El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza.
Sin la santa pureza no se puede perseverar en el apostolado.
Quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón, para que sienta y siga con facilidad los toques del Paráclito en mi alma.
Nunca hables, ni para lamentarte, de cosas o sucesos impuros. —Mira que es materia más pegajosa que la pez. —Cambia de conversación, y, si no es posible, síguela, hablando de la necesidad y hermosura de la santa pureza, virtud de hombres que saben lo que vale su alma.
No tengas la cobardía de ser «valiente»: ¡huye!
Los santos no han sido seres deformes; casos para que los estudie un médico modernista.
Fueron, son normales: de carne, como la tuya. —Y vencieron.
Aunque la carne se vista de seda... —Te diré, cuando te vea vacilar ante la tentación, que oculta su impureza con pretextos de arte, de ciencia..., ¡de caridad!
Te diré, con palabras de un viejo refrán español: aunque la carne se vista de seda, carne se queda.
¡Si supieras lo que vales!... —Es San Pablo quien te lo dice: has sido comprado «pretio magno» —a gran precio.
Y luego te dice: «glorificate et portate Deum in corpore vestro» —glorifica a Dios y llévale en tu cuerpo.
Cuando has buscado la compañía de una satisfacción sensual... ¡qué soledad luego!
¡Y pensar que por una satisfacción de un momento, que dejó en ti posos de hiel y acíbar, me has perdido «el camino»!
«Infelix ego homo!, quis me liberabit de corpore mortis hujus?» —¡Pobre de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? —Así clama San Pablo. —Anímate: él también luchaba.
A la hora de la tentación piensa en el Amor que en el cielo te aguarda: fomenta la virtud de la esperanza, que no es falta de generosidad.
No te preocupes, pase lo que pase, mientras no consientas. —Porque sólo la voluntad puede abrir la puerta del corazón e introducir en él esas execraciones.
En tu alma parece que materialmente oyes: «¡ese prejuicio religioso!»... —Y después la defensa elocuente de todas las miserias de nuestra pobre carne caída: «¡sus derechos!».
Cuando esto te suceda di al enemigo que hay ley natural y ley de Dios, ¡y Dios! —Y también infierno.
«Domine!» —¡Señor!— «si vis, potes me mundare» —si quieres, puedes curarme.
—¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: «volo, mundare!» —quiero, ¡sé limpio!
Por defender su pureza San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San Bernardo se zambulló en un estanque helado... —Tú, ¿qué has hecho?
La pureza limpísima de toda la vida de Juan le hace fuerte ante la Cruz. —Los demás apóstoles huyen del Gólgota: él, con la Madre de Cristo, se queda.
—No olvides que la pureza enrecia, viriliza el carácter.
Frente de Madrid. Una veintena de oficiales en noble y alegre camaradería. Se oye una canción, y después otra y más.
Aquel tenientillo del bigote moreno sólo oyó la primera:
Corazones partidos
yo no los quiero;
y si le doy el mío,
lo doy entero.
«¡Qué resistencia a dar mi corazón entero!» —Y la oración brotó, en cauce manso y ancho.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/camino/santa-pureza/ (02/10/2024)