13. Rezar con más urgencia (24 de diciembre de 1969)
** En la víspera del día de Navidad de 1969, san Josemaría estuvo de tertulia, después de cenar, con los alumnos del Colegio Romano. Como era habitual en esa noche, entonaron el villancico Madre en la puerta hay un Niño, que el fundador del Opus Dei aprendió en el hogar paterno.
Yo me tendré que marchar pronto; por eso quisiera deciros antes unas palabricas. Mirad qué gracioso es el Niño: está indefenso.
Estos han cantado que vino a la tierra para padecer, y yo os digo: para padecer y para evitar los padecimientos de los demás. Él sabía que venía a la Cruz y, sin embargo, hay ahora unas teorías, una falsa ascética que habla del Señor como si estuviera en la Cruz, rabioso, diciendo a los hombres: yo estoy aquí en la Cruz, y por eso os clavo también a vosotros en ella. ¡No!, hijos míos. El Señor extendió los brazos con gesto de Sacerdote eterno, y se dejó coser al madero de la Cruz para que nosotros no padeciésemos, para que nuestros padecimientos fueran más suaves, incluso dulces, amables.
En esta tierra, el dolor y el amor son inseparables; en esta vida hay que contar con la Cruz. El que no cuenta con la Cruz no es cristiano; el que no cuenta con la Cruz, se la encuentra de todos modos, y además encuentra en la cruz la desesperación. Contando con la Cruz, con Cristo Jesús en la Cruz, podéis estar seguros de que en los momentos más duros, si vienen, estaréis acompañadísimos, felices, seguros, fuertes; pero para esto hay que ser almas contemplativas.
Los hijos míos y yo debemos ser en el mundo, en medio de la calle, en medio de nuestro trabajo profesional, cada uno en lo suyo, almas contemplativas, almas que estén constantemente hablando con el Señor, ante lo que parece bueno y ante lo que parece malo: porque, para un hijo de Dios, todo está dispuesto para nuestro bien. A la gente todo le parece excesivo, si lo que viene no es bueno; para nosotros, tratando a Jesús, teniendo intimidad con Jesucristo, Nuestro Señor y nuestro Amor, no hay contradicciones ni sucesos malos: omnia in bonum!1.
Intimidad con Cristo quiere decir ser almas de oración. Tenéis que aprender a tratar al Señor, desde por la mañana hasta por la noche; debéis aprender a rezar durante todo el día. ¡Veréis qué consuelo, veréis qué alegría, qué bien andaréis! Además, lo quiere Él. Tengo aquí, recogidos en la agenda, unos textos de la Escritura que suelo leer y meditar mucho. Me gustaría que hicierais lo mismo. Porque, si yo os digo que conviene tratar a Nuestro Señor en la oración, ya es una cosa: soy un sacerdote anciano, tengo casi setenta años. Además, soy el Padre que el Señor ha escogido para vosotros en la tierra, aquí, en esta gran familia de la Obra; os quiero con toda mi alma, y no puedo deciros una cosa por otra… Pero –sobre todo– mirad, no os lo digo yo solo: es el Señor mismo quien nos lo dice:
«Et omnia quæcumque petieritis in oratione credentes accipietis»2. Lo escribe San Mateo: todo lo que me pidáis en la oración, teniendo fe, todo lo tendréis. Y nosotros necesitamos muchas cosas. Esta familia del Opus Dei, extendida por todo el mundo, necesita muchas bendiciones de Dios dentro del año que viene. Vamos a pedir con toda el alma, con toda la fe, diciéndole con cariño al Señor, cada uno en la soledad acompañada del corazón: Jesús, que queremos esto… Vosotros decís: queremos lo que quiera el Padre, y acabáis antes, ¿no? Porque yo, además, quiero lo que quiere Él; así que está en un compromiso tremendo.
«Iterum dico vobis –nos dice San Mateo– quia, si duo ex vobis consenserint super terram, de omni re quamcumque petierint fiet illis a Patre meo qui in cælis est»3. Basta que haya dos que se pongan de acuerdo para pedir, y nosotros somos miles que estamos pidiendo lo mismo. ¡Qué seguridad hemos de tener! ¡Qué esperanza más segura! Una esperanza verdaderamente divina, sobrenatural, porque está fundamentada en el Amor, en la fe y en las palabras de Jesucristo mismo.
Afirma que, lo que pidamos, nos lo dará su Padre que está en los cielos. Esta familia nuestra se siente en el mundo tan unida al Padre de los cielos como la que más. Tenemos un Padre, y constantemente sentimos la filiación divina. No lo quise yo, lo quiso Él. Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios.
Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos…, en la calle y en un tranvía –una hora, hora y media, no lo sé–; Abba, Pater!, tenía que gritar.
Hay en el Evangelio unas palabras maravillosas; todas lo son: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo lo quisiera revelar»4. Aquel día quiso de una manera explícita, clara, terminante, que, conmigo, vosotros os sintáis siempre hijos de Dios, de este Padre que está en los cielos y que nos dará lo que pidamos en nombre de su Hijo.
Hijos míos, «omnia quæcumque orantes petitis, credite quia accipietis, et evenient vobis»5. Es de San Marcos: todo lo que pidáis en la oración, ¡todo!, creed que se os dará. ¡Juntos a pedir! ¿Y cómo se pide a Dios nuestro Señor? Como se pide a una madre, como se pide a un hermano: unas veces con una mirada, otras veces con un gesto, otras portándonos bien, para que estén contentos, para mostrarles cariño; otras veces con la lengua. Pues así: pedid así. Todos los procedimientos humanos de entenderse con otra persona hemos de ponerlos nosotros, para hacer oración y tratar a Dios.
San Lucas: «Omnis enim qui petit accipit, et qui quærit invenit, et pulsanti aperietur»6. A todo aquel que pide algo, el Señor lo escucha; pero hay que pedir con fe, ya he dicho antes, y más si somos por lo menos dos, y aquí somos tantos millares.
«Si quid petieritis Patrem in nomine meo, dabit vobis»7. Esto es de San Juan: si pedís cualquier cosa al Padre en mi nombre, os la dará; en el nombre de Jesús. Cuando lo recibáis en la Eucaristía cada día, decidle: Señor, en tu nombre yo le pido al Padre… Y le pedís todo eso que conviene para que podamos mejor servir a la Iglesia de Dios, y mejor trabajar para la gloria del Señor: del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; de la Beatísima Trinidad, único Dios.
«Petite et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum»8: pedid, recibiréis y os llenaréis de alegría. Este gaudium cum pace* que pedimos cada día al Señor en nuestras Preces, es una realidad en la vida de un hijo de Dios que se porta –con sus luchas, con sus pequeñeces, con sus errores; yo tengo tantos errores…, vosotros tendréis algunos–, que se porta bien con el Señor, porque le ama, porque le quiere. A este hijo mío necesariamente le dará lo que pide y, además, una alegría que ninguna cosa de la tierra le podrá llevar del corazón.
Más: más trato y más unión. Os leo unas palabras que son también de San Juan, que es –humanamente hablando– el Apóstol que más conocía a Jesucristo. «Si manseritis in me, et verba mea in vobis manserint, quodcumque volueritis petetis, et fiet vobis»9; si permanecéis unidos a Mí, y mis palabras, mi doctrina, están en vosotros, cualquier cosa que pidáis se os dará.
Luego esa unión con Jesús, ese trato, ese permanecer en Cristo nos ha de dar una seguridad completa. Yo la tengo, hijos. Porque estas palabras que os estoy comentando –ya os lo he dicho antes– me están sirviendo para mi meditación, para volverme a llenar de alegría en los momentos en los que hay que luchar.
Por eso, porque este alimento me va bien, quiero dároslo también a vosotros: quiero daros la seguridad de que la oración es omnipotente. Pedid mucho, bien unidos unos a otros por la caridad fraterna; pedid además poniendo por medio la intención del Padre, lo que el Padre pide en la Misa, lo que está pidiendo continuamente al Señor. Continuamente, he dicho, y no rectifico: incluso ahora mismo estoy pidiendo, no estoy sólo hablando con vosotros. Hablo con Dios Nuestro Señor, y le pido tantas cosas que son necesarias para la Iglesia y para la Obra; le pido para que quite ciertos impedimentos, que nos obligaron a aceptar al venir a Roma. No os preocupe, pero ya lo sabéis: que no me interesan –ni me han interesado nunca– los votos, ni las botas, ni los botones, ni los botines.
Pedid también por la paz del mundo: que no haya guerras, que se acaben las guerras y los odios. Pedid por la paz social: por que no haya odios de clases, por que la gente se quiera; que sepan convivir, que sepan disculpar, que sepan perdonar; si no, el amor de Cristo no lo veo por ninguna parte.
Hijos míos, vamos a pedir eso mismo a la Santísima Virgen. Cuando no sepáis qué decir al Señor, quizá ni siquiera repetir lo que os estoy diciendo ahora, de este modo, como en una conversación de familia, acudid a la Virgen: Madre mía, que eres Madre de Dios, dime qué le tengo que decir, cómo se lo tengo que decir para que me escuche. Y la Virgen bendita, que es también Madre nuestra, os orientará, os inspirará, y haremos una oración muy bien hecha siempre, y seréis contemplativos.
Cfr. Rm 8,28. Es una abreviación personal del texto de Rm 8,28: «diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum» («todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios») (N. del E.).
Mt 21,22.
Mt 28,19.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/en-dialogo-con-el-se%C3%B1or/13-rezar-con-mas-urgencia-24-de-diciembre-de-1969/ (03/10/2024)