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Todos, pues, somos útiles en la Iglesia: necesarios, diría. Todos tenemos una única misión que cumplir –servir y trabajar apostólicamente– y está claro que a la vista de esa comunidad de intentos, no hay tareas o carismas de mayor o menor importancia: el puesto que a cada uno le corresponde será alto o bajo, solamente en razón de la fidelidad a la gracia de Dios y de la rectitud de intención que se tenga al desempeñarlo.

Por eso, Él mismo a unos ha constituido apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y doctores, a fin de que trabajen en la perfección de los santos, en las funciones de su ministerio, en la edificación del Cuerpo de Jesucristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de una misma fe y de un mismo conocimiento del Hijo de Dios, al estado de varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo10.

Notas
10

Ef 4,11-13.

Referencias a la Sagrada Escritura
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