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Sin embargo, el fenómeno apostólico de la Obra, hijas e hijos míos, y vuestra vocación son tan peculiares –y tan diversos del nacimiento y del desarrollo de una vocación religiosa–, que la totalidad de los socios del Opus Dei, ni antes ni después de encontrar este camino de santidad en el mundo, habían pensado seriamente en entregarse a Dios en el sacerdocio o en el estado religioso.

No sacamos, por tanto, a nadie de su sitio, llevándole a una vocación que no sea la suya; no es posible que apartemos a nadie del camino que Dios le haya trazado. Para que quede bien claro, os escribiré siempre que no queremos ser como unos religiosos relajados: porque ni tenemos relajamiento, ni tenemos vocación de religiosos.

Hemos de seguir siendo lo que fuéramos antes de venir al Opus Dei: gente de la calle, cada uno en su estado –solteros, casados, viudos, sacerdotes–, que no cambian de estado por venir a la Obra, aunque dediquen personalmente su vida a servir a las almas por Amor.

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